Horror
14 to 20 years old
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El silencio se cernía sobre la habitación cuando Mateo abrió los ojos. Un silencio opresor, que contrastaba con el caos que pronto descubriría. A su lado, en la cama contigua, Lucas se estiraba, bostezando. Pero al sentarse, un grito ahogado rasgó el aire. Mateo se incorporó de golpe, el miedo helándole la sangre.
“¡¿Qué… qué demonios…?!”, exclamó Lucas, llevándose las manos a la cabeza. Mateo le siguió la mirada y sintió que su propio corazón daba un vuelco. Su cabeza, la de Lucas, estaba completamente calva. Una superficie lisa y brillante donde antes había una mata de pelo castaño. Mateo, presa del pánico, se tocó el cráneo. El mismo terrorífico descubrimiento. ¡Él también estaba calvo!
Los siguientes minutos fueron un torbellino de gritos y llantos. Al comprobar que Nicolás, Diego y Santiago, sus amigos, compartían el mismo destino, la desesperación se apoderó del grupo. Sus cabezas parecían las de niños sometidos a quimioterapia, lisas, sin rastro de vello.
“¡Esto no es normal!”, sollozó Nicolás, con la voz quebrada. "Tiene que haber una explicación…”.
Fue Valentina, su compañera de clase, la que les brindó un hilo de esperanza. Valentina era curiosa, inteligente y, a diferencia de los chicos, poseía una paciencia infinita para investigar en internet. “Voy a buscar algo, cualquier cosa que pueda explicar esto”, prometió.
Los días siguientes fueron una agonía. Valentina, con su laptop como arma, se sumergió en libros antiguos, foros ocultos y páginas web esotéricas. Mateo, Lucas, Nicolás, Diego y Santiago se reunían en casa de este último, con sus padres mostrando una mezcla de preocupación y desconcierto. Seis parejas de padres angustiadas intentando encontrar consuelo y respuestas donde solo había preguntas inquietantes.
Finalmente, Valentina llegó con información. “He encontrado algo… habla de un ritual… un antiguo ritual relacionado con la luna llena y… y la fertilidad”, tartamudeó, con la voz temblorosa. "Parece una locura pero todo apunta a eso… ustedes han sido elegidos para algo”.
Uno de los padres, el de Mateo, intentó minimizar la situación. “¡Vamos, Valentina, no exageres! Seguro que es una tontería, una leyenda…”. Pero la mirada fija y preocupada de Valentina decía lo contrario.
Mateo intervino. “¿Qué tiene que ver la pérdida del cabello con el ritual?”, preguntó con un hilo de voz. La pregunta resonó en la habitación, llena de tensión.
Valentina respiró hondo. “Según lo que he leído… la calvicie es un símbolo de pureza, un lienzo en blanco. Prepara a los elegidos para… la siguiente etapa del ritual”.
Esa noche, Mateo tuvo una pesadilla terrible. Soñó con figuras encapuchadas que se movían a su alrededor, susurrando en una lengua desconocida. Al despertar, sintió un dolor punzante en la cabeza. Se miró al espejo y un grito ahogado escapó de su garganta.
Su cabeza calva estaba cubierta de símbolos. Extrañas líneas y formas geométricas grabadas en su piel. Símbolos que no estaban allí la noche anterior. El terror le paralizó.
Los otros chicos habían sufrido la misma suerte. Nadie recordaba nada, solo el horror de descubrir esas marcas imposibles sobre sus cabezas calvas. Habían cerrado puertas y ventanas, incluso uno, Diego, había colocado una botella de agua contra la puerta para despertarse si alguien entraba, pero la botella seguía allí, intacta. ¿Cómo había sido posible?
Intentaron borrar los símbolos con agua, jabón, alcohol… nada funcionaba. Las marcas permanecían imperturbables, como si estuvieran tatuadas en su cráneo.
Valentina siguió investigando. “Según mis fuentes… lo siguiente es aún peor”, anunció, con la voz entrecortada. “Mientras duermen… serán circuncidados”.
Un silencio sepulcral invadió la habitación. ¿Qué es la circuncisión?
La pregunta, silenciosa, flotaba en el aire. Nicolás, tembloroso, fue el primero en hablar. “¿La… la qué?”
Valentina buscó rápidamente en su teléfono. "La circuncisión es cuando… es un procedimiento quirúrgico en el cual se realiza la extirpación parcial o total del prepucio, es decir, la piel que recubre el glande del pene en los varones”.
Los chicos palidecieron. La idea de que algo así pudiera ocurrirles mientras dormían les aterraba.
Esa noche, decidieron mantenerse despiertos. Se armaron con palos de escoba y cuchillos de cocina, dispuestos a defenderse. Pero el cansancio los venció. Uno a uno, cayeron dormidos.
Al despertar, no sintieron nada raro. Al principio, se sintieron aliviados. Pero al ir al baño… la cruda realidad les golpeó como un puñetazo.
Sus penes habían sido completamente circuncidados. Sin dolor, sin rastro de sangre… solo la fría evidencia de una mutilación inexplicable.
El pánico era ahora un torbellino imparable. ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba sucediendo?
Valentina, pálida como un fantasma, tenía malas noticias. “Lo que viene después… no sucederá mientras duermen. Serán llevados a la fuerza… a un lugar… para ser sacrificados. Les sacarán el corazón”.
La revelación golpeó a los chicos con la fuerza de un huracán. Ya no era una pesadilla distante, sino una realidad inminente y aterradora.
Pasaron el día fortificando la casa de Santiago. Bloquearon puertas y ventanas con muebles, clavaron tablas de madera. El miedo era su único combustible.
Pero sabían que era inútil. Las fuerzas que los acechaban parecían invencibles, capaces de burlar cualquier obstáculo.
Al caer la noche, la tensión era palpable. Cada sombra parecía esconder una amenaza, cada crujido una advertencia.
De pronto, la puerta principal se abrió de golpe, revelando a un grupo de figuras encapuchadas, sus rostros ocultos por oscuras máscaras.
Comenzó una lucha desigual. Los chicos se defendieron con uñas y dientes, pero eran superados en número y fuerza.
Valentina, con una valentía sorprendente, tomó una barra de hierro y golpeó a uno de los encapuchados, haciéndole caer al suelo. Les dio unos segundos preciosos para huir.
Escaparon por la puerta trasera, corriendo a través del bosque oscuro y amenazante. Los encapuchados los perseguían de cerca, sus pasos resonando en la noche.
Llegaron a un claro, donde una vieja iglesia abandonada se alzaba sobre una colina. Sabían que era una trampa, pero no tenían a dónde más ir.
Se refugiaron en la iglesia, intentando cerrar la pesada puerta de madera. Pero los encapuchados eran demasiado fuertes. La puerta se abrió con un estruendo, revelando el interior oscuro y tétrico de la iglesia.
Dentro, en el centro del altar, un hombre vestido con una túnica negra esperaba. Su rostro, descubierto, reveló una mirada fría y despiadada.
“Bienvenidos, elegidos”, dijo con una voz profunda y resonante. “El momento del sacrificio ha llegado”.
El hombre reveló que el ritual era una ofrenda a una antigua deidad, una deidad que exigía pureza y sacrificio. La calvicie representaba la pureza de la mente, liberada de las vanidades mundanas. Los símbolos eran marcas de pertenencia, la firma de la deidad en sus almas. Y la circuncisión, explicaba con una sonrisa sádica, era el ofrecimiento de la virilidad, la fertilidad… la esencia misma de su ser, a la divinidad.
“La circuncisión es más que un simple corte”, proclamó el hombre de la túnica. “Es una renuncia a su futuro, una entrega de su capacidad para procrear. Su sangre, purificada por este acto, nutrirá a la deidad y nos otorgará poder”.
Mateo, lleno de rabia, se lanzó contra el hombre. Pero fue detenido por dos de los encapuchados, que lo sujetaron con fuerza.
Valentina, desesperada, buscó a su alrededor algo que pudiera usar como arma. Encontró un crucifijo de plata caído en el suelo. Lo agarró con fuerza y se lo arrojó al hombre.
El crucifijo golpeó al hombre en el rostro, haciéndole retroceder. Los encapuchados se desconcentraron por un instante, dando a los chicos la oportunidad de escapar.
Corrieron por la iglesia, evitando los ataques de los encapuchados. Llegaron a la sacristía, donde encontraron una ventana pequeña.
La rompieron con una silla y saltaron al exterior, huyendo de nuevo al bosque.
Corrieron sin detenerse hasta que llegaron a la carretera. Allí, un coche patrulla les encontró. Exhaustos y aterrorizados, les contaron su historia a los policías.
La policía investigó la iglesia abandonada, pero no encontraron a nadie. Ni al hombre de la túnica, ni a los encapuchados. Solo un altar cubierto de polvo y una atmósfera de maldad indescriptible.
Aunque lograron escapar del sacrificio, las consecuencias de aquella terrible experiencia les marcarían para siempre.
El cabello nunca volvió a crecer. Los símbolos permanecieron grabados en sus cráneos, recordándoles constantemente el horror que habían vivido. Y la circuncisión era un recordatorio permanente de lo que habían perdido.
La cicatriz de aquella noche permaneció abierta, como una herida incurable en sus almas. A pesar de haber derrotado al responsable del ritual, habían pagado un precio demasiado alto. Su inocencia, su normalidad… su propio ser había sido alterado para siempre.